Reconozco ser la primera, que desde que tengo el blog, voy dando saltos por las cocinas de medio mundo según me va pareciendo.
Por eso hoy voy a tirar la piedra sobre mi tejado para reflexionar que aunque en la vida, es mejor no establecer ninguna Frontera, es justo admitir que en este país tenemos un defecto repetitivo:
Solemos valorar y encomiar las cosas de fuera, sin conocer y alabar las de aquí.
Si lo extrapolamos a los viajes, somos capaces de imaginar unas calas idílicas en las islas Puturrú de Fuá, sin saber que en nuestras innumerables costas las hay iguales e incluso mejores.
Estamos dispuestos a cruzar el Mundo para conocer el Taj Mahal, sin haber visitado la Alhambra de Granada, el Acueducto de Segovia, las Murallas de Ávila, la Playa de Las Catedrais de Ribadeo, las Casas Colgadas de Cuenca, esa Mezquita de Córdoba, el Alcázar de Sevilla, el Barrio Judío de Girona, el Monasterio de Piedra en Zaragoza, la Catedral de Palma de Mallorca o los Jameos del Agua en Lanzarote. . . y eso sin tener en cuenta las puestas de sol desde algún paraje natural, que no tienen rival en belleza.
Estamos dispuestos a cruzar el Mundo para conocer el Taj Mahal, sin haber visitado la Alhambra de Granada, el Acueducto de Segovia, las Murallas de Ávila, la Playa de Las Catedrais de Ribadeo, las Casas Colgadas de Cuenca, esa Mezquita de Córdoba, el Alcázar de Sevilla, el Barrio Judío de Girona, el Monasterio de Piedra en Zaragoza, la Catedral de Palma de Mallorca o los Jameos del Agua en Lanzarote. . . y eso sin tener en cuenta las puestas de sol desde algún paraje natural, que no tienen rival en belleza.
Por supuesto que hay miles de sitios más, tan solo dejo una pincelada, para no parecer la guía oficial de cualquier oficina de Turismo.
Somos perfectos embajadores de lo extranjero, pero malos vendedores de lo nuestro.
Ojo, soy la primera que saco la patita del tiesto para hacer recetas dulces de otros sitios. Pero no me dejo deslumbrar por un pastel de nombre impronunciable, sin reconocer el nivelazo de nuestros dulces, y lo riquísimos que están.
Y si, repito, donde se ponga un dulce tradicional, que se quite tó.
Y si, repito, donde se ponga un dulce tradicional, que se quite tó.
¿Metemos las manos en la masa?
Estos dulces, los comí en un pueblo de la costa de Cádiz siendo una adolescente. Tendría unos trece años, cuando pasamos un mes de vacaciones con unos amigos de la familia. Un día que fuimos a la plaza de abastos, mi madre nos compró un dulce a cada uno de los niños para que nos entretuviéramos un poco y dejáramos de dar la lata. En eso estábamos especializados, y entre los suyos y los de los amigos, éramos media docena de críos, en plena edad del pavo.
Me llamó la atención este dulce que no conocía, y cuando lo comí me pareció una de las cosas más ricas que había comido nunca. A partir de ahí, casi todos los días iba en bici por la mañana (menos el Domingo que estaba cerrado) a comprar uno. Casi gastaba la paga diaria en este capricho.
No los había vuelto a ver, ni a recorarlos, hasta que los encontré en el blog, de Silvia. Una pena que no siga publicando, la verdad. Hacía unas entradas buenísimas, los comentarios que se originaban no tenían desperdicio, y las recetas; estupendas.
Desde entonces, los he repetido en unas cuantas ocasiones, me parecen deliciosos y ese olor tan rico que va saliendo del horno, hace que todos los de casa asomen la nariz por la cocina para preguntar qué es lo se cuece.
- En un cuenco amplio pondremos todos los ingredientes a temperatura ambiente.
- Empezamos a mezclar. Al principio es una textura arenosa, pero a medida que la grasa se va mezclando con la harina, se vuelve muy manejable.
- Mientras, preparamos el relleno: En un cuenco pondremos los ingredientes, calentamos en el micro durante dos minutos, mezclamos bien y ya está listo.
- Una vez la masa fría y fuera del frigo, la colocas entre dos papeles de horno y la extiendes con un rodillo. El grosor debe ser de 1/2 centímetro.
- Cortamos la masa en círculos. En la imagen de la izquierda, puedes ver la masa ya cortada, pero al intentar levantar las piezas, se me deshacían, así que la llevé de nuevo al congelador otro rato.
- Volví a alisar la superficie con el rodillo y ahora sí, quedó perfecta para trabajarla.
- Vamos colocando los discos sobre la bandeja forrada del horno.
- Con la parte más delgada del almirez presionamos la parte central de los discos que harán de base. Así tendremos un poco más de hueco para el relleno y podemos cubrir con mayor facilidad.
- Vamos poniendo el cabello de ángel en la mitad de los discos.
- Tapamos con la otra parte y con un tenedor presioné los bordes. Practicamente se pierde el dibujo una vez horneado. No iba buscando que se quedase, sino que no saliera el relleno. También lo puedes hacer con los dedos, como te sea más cómodo.
- Pintamos con huevo y llevamos al horno precalentado unos veinte minutos. Pero como siempre, tendrás que vigilar.
- Sacar y dejar enfriar.
- Si se desea, se pueden espolvorear con azúcar glas, yo no lo hice.
- Al día siguiente están mucho más ricos. Así que te recomiendo esconderlos bajo siete llaves.
- Salieron diez pasteles, tienes que hacer 20 piezas {diez bases y diez tapas}
- Rellené la mitad con membrillo para los que no les gusta el cabello de ángel como a mi amiga Lola. Calenté membrillo con unas cucharadas de agua en el micro, batí con un tenedor y quedó con una textura parecida a la del cabello de ángel y las rellené igual; quedaron deliciosas. Pero para quien no guste del cabello de ángel es una opción interesante, porque la masa lo merece. Y no lo he probado todavía, pero se me ocurre, que rellenas de una buena mermelada casera de frutos rojos, deben quedar también riquísimas.
Del momento membrillo no hay fotos porque mientras hacía el paso a paso, mi cámara sufrió una caída de bruces, quedando enterrada literalmente en el cabello de ángel.
Os podéis imaginar el desaguisado ¿verdad? pánico total y maldiciones y palabrotas a cascoporro. Por suerte, y con paciencia la he dejado bien limpia, espero que no me falle. Aunque se puede apreciar un efecto nebuloso en las imágenes, producto del accidente.
A punto de un síncope estuve.
Eso es todo por hoy amigos, nos vemos en unos días.
Hasta entonces, se feliz o al menos, habrá que intentarlo.